EL RECREO DE LAS BANALIDADES
Artículo de Patricia Hart
Teatro y Neurociencias
A veces, y como condimento de la vida, es necesaria una
cuota de banalidad. De alguna manera esa porción de intrascendencias, articulan
algunas veces y enmarcan en otras, las
cuestiones esenciales y posibilitan un recreo de “tanto pensar”. Distienden, oxigenan, cambian
el “tono muscular del cerebro”, por decirlo de alguna manera. Y también
favorece la desdramatización de los asuntos existenciales y habilita el ingreso
al humor.
El tratamiento por el absurdo es una perspectiva que surge
de este andar ondulatorio de una variable a la otra. Me divierte mucho este
planeo. Increíblemente gracias a dios (o a quien quieran, lo uso como expresión
instalada y entendida por todos, carente de toda connotación religiosa) estas
“distensiones”, este “humor”, este “recreo” continúa planteando las cuestiones
que nos ocupan y preocupan de un modo más fácil de entender. Esto se debe al
distanciamiento que hace nuestro cerebro de la problemática que nos traspasa y
elabora una estrategia desde la risa franca que alivia tensiones y siempre,
siempre descubre como corolario, creativas y fructíferas herramientas,
instrumentos, medios que permiten y posibilitan adhesión, comprensión y
compromiso solidario.
Claro que esto dista mucho de flotar permanentemente en la sinsustancia
de las banalidades, considerándolas como esencia de la existencia. De hecho la
formación de opinión y de valores que los medios hegemónicos de comunicación,
los cuales tienen atrapado el poder económico mundial y el poder de decidir el
destino de millones, logran mantener la
tontera como valor fundamental, la captura de cerebros, el cercenamiento del
poder de reflexión, el corte del razonamiento, la eliminación de la empatía por
el sufrimiento del otro (que es uno mismo, con otra forma), la disminución de
las funciones cerebrales.
La banalidad es positiva en tanto se la considere como uno
de los fluidos que articulan otras aplicaciones del cerebro y no como un valor
fundamental y protagónico. Algo parecido a algunas de las funciones del líquido
cefalorraquídeo, que permite la “flotación de nuestro cerebro en el cráneo y
nos aligera enormemente de su peso (si no existiera esta flotación tendríamos el cerebro en los pies por causa
de la ley de gravedad) y además envía mensajes a las neurona y las libera de
partículas nocivas o innecesarias”, según nos explica nuestro
genial y querible Diego Golombek con estas y otras palabras.
Entonces, amigos, tratemos de llevar la comparación a un nivel cómico. Si todo nuestro sistema
nervioso estuviese ocupado por el
líquido encefalorraquídeo (la banalidad), perdería una de sus funciones ya que
no tendría nada para sostener, porque no existiría el cerebro (la esencia de la
existencia y sus significados).
¡Opa, la lá!
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