jueves, 19 de mayo de 2016

PERFUME CHARLIE Cuento breve de Patricia Hart / Teatro y Neurociencias

Perfume CharlIE
De Patricia Hart
Todos los Derechos Reservados
"Pefume Charlie" Cuento breve de Patricia Hart / Teatro y Nerociencias

Se perfuma detrás de las orejas, en las muñecas, cuidando la pulcritud de la camisa del uniforme, cierra el frasco de perfume y lo guarda en el cajón de su escritorio. Alisa la falda recta y se acomoda la chaqueta militar entallada. Guarda prolijamente las hojas tamaño oficio con el interrogatorio, en el maletín del  instrumental. Lo cierra y sale de su oficina. Cruza la sala central y se interna  por los pasillos. Llega a la puerta que comunica con el subsuelo, donde están los prisioneros.  Golpea tres veces. El guardia de turno le abre del otro lado y la saluda:
-Buen día, Teniente Campanita-.
            -Buen día, ¿”sonó” alguien hoy?-, pregunta ella.
El responde: -Y, usted sabe, acá siempre “suena” alguien-.
Ríen.
Ella avanza y el guardia la sigue. Deben inclinar un poco las cabezas para no tocar el techo. Pasan una, dos, tres puertas. Se detienen en la número cuatro. La puerta tiene un pequeño rectángulo de vidrio a la altura de sus costillas. Ella se agacha aún más y mira hacia el interior con dificultad. Está oscuro. El guardia retira el cerrojo externo y ella ingresa.
–Ya le doy luz, Campanita-, dice él.
-Nos vemos-,  saluda ella. La lámpara del techo se prende. El guardia cierra la puerta. Pone el cerrojo y se va.
 Ella deja el maletín sobre una mesa, al lado de la radio. Mira al hombre desnudo que respira con dificultad. Está amarrado de pies y manos a un elástico de acero. Una cadena a la altura de la cintura lo ciñe contra el elástico.
Abre el maletín. Va retirando el instrumental y lo acomoda en la mesa. El roce de los instrumentos genera un ruido metálico. El hombre se mueve. Una tremenda infección le impide abrir los ojos. Suspira.
–Ah, Campanita, Campanita, ya la estaba extrañando-.
La mujer se tensa, camina alrededor del camastro indecisa.
El hombre, mientras ríe suavemente le susurra: – Usted usa Charlie, ese aroma es inconfundible-. 
Campanita aprieta las mandíbulas. Se detiene abruptamente y comienza a frotarse las manos contra los muslos. Mira al hombre. Mira los papeles, los instrumentos. Se dirige rápido a la mesa. Apoya sus puños sobre el borde. Se queda unos instantes mirando hacia abajo. Luego enciende la radio. Suena el Himno a la Alegría. El hombre vuelve a reír.
–Esto es el sumun, usted, Charlie y Beethoven. Qué placer para mis sentidos. No puedo pedir más, dice el hombre
La mujer, se endereza, mira los papeles y pasa las hojas con rapidez, hasta que los transforma en un bollo y los arroja al piso.
–No se ponga nerviosa Campanita. Con Beethoven puedo hablarle al oído-.
La mujer revuelve sus instrumentos. No se detiene en ninguno en particular. Otros se caen al suelo. Cambia el dial, sube el volumen al máximo. La voz del locutor transmite el informe meteorológico.
-“Una ola de aire frío avanza sobre la costa atlántica”-.
-¿No tiene nada para preguntarme hoy?-, le dice el hombre. -Debe ser un espléndido día de sol y usted aquí conmigo. Usted también me extrañaba-.
Campanita recoge sus instrumentos, no los suelta, los mantiene apretados en sus manos. Su cuerpo está rígido. Sólo sus ojos se mueven con inquietud. Mira al hombre, al camastro, al techo, a la puerta,  a los papeles, a sus manos. De pronto descubre un trozo de alambre en el suelo. Se queda mirándolo. Con violencia arroja el instrumental contra la mesa. Recoge el alambre.
–“Para los próximos días las provincias de Buenos Aires, La Pampa y la zona Mesopotámica tendrán una temperatura mínima de quince grados. Aunque en horas del mediodía llegaremos a los 28 grados…”
- Usted no puede separarse de mí-, agrega el hombre.
La mujer arma una horquilla con el alambre. Se acerca al hombre y suavemente le rodea los testículos con ella.
-Usted Campanita está caliente. Yo sabía. No lo quiere reconocer. En otra circunstancia me rogaría que la toque. Usted lo sabe-.
Campanita aprieta el alambre.
-¡Siiiii! –, grita el hombre. Luego se desvanece.
La mujer respira con agitación. Tiene el rostro arrebatado. No se separa del camastro, no camina, está ahí, mirando al hombre. Afloja la tensión del alambre.
-“Para el fin de semana tendremos máximas de 32 grados en todo el país. Se calcula que doce mil turistas arribarán a Mar del Plata durante el viernes y el sábado…”-.
El hombre vuelve en sí. Con la voz entrecortada dice:
 –Tengo un secreto para usted-.
Campanita se inclina para escucharlo mejor. El aliento del hombre roza su mejilla.
-La engañé. Ese perfume, Charlie, es vulgar. Es una verdadera porquería-.
La mujer inspira profundamente por la boca y retiene el aire.  La mandíbula inferior se le crispa. Mantiene inmóvil la inclinación hasta que exhala el aire sobre el rostro del hombre.
-Si-. Repite él. –Una verdadera porquería-.
Campanita endereza su torso. Con decisión aprieta nuevamente el alambre. El hombre vuelve a desvanecerse.
-“En el Municipio de la Costa la construcción ha crecido en un porcentaje…”-.
La mujer apaga la radio, arroja con urgencia sus instrumentos en el maletín y lo cierra enérgicamente. Toma el maletín. Respira con la nariz dilatada. Las palpitaciones le desencajan el rostro. Se acomoda la chaquetilla. Golpea tres veces la puerta.
Le abre el mismo guardia que la acompañó al principio. Los dos llegan hasta la entrada del subsuelo. Él la despide. –Hasta mañana Teniente Campanita -

Antes de perderse por los pasillos, ella agrega: –Al de la puerta cuatro,  me lo hacen sonar-.

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