EL
PRUSIANO
Cuento
breve de Patricia Hart
Todos
los Derechos Reservados
Ulrico Brüning era experto en salto y
convincente para encauzar corceles mañosos. Eximio jinete, gozaba de un físico
privilegiado. Había sido combatiente de caballería durante el largo conflicto
que enfrentó a los prusianos con Napoleón. Fue condecorado por el Rey Federico
Guillermo III con la Cruz
de Hierro de Segunda Clase, en reconocimiento a su bravura en los campos de
batalla. El monarca también lo nombró Margrave de Würtemburg, título de los jefes de las
regiones fronterizas. Contaba apenas con diez y siete años cuando le fue
otorgado ese título. Los nobles, aristócratas y militares de la sociedad
prusiana comenzaron a invitarlo a las recepciones que organizaban en las residencias
palaciegas. En ellas, a pesar de su juventud, sobresalía por su amplia
preparación intelectual.
Los oficiales de alto rango se acercaban
a él, con cautela, interesados en sus ideas de modernización del ejército.
Comprendían, en silencio, que estas transformaciones podrían convertir a las
fuerzas militares prusianas en una potencia capaz de frenar al entonces
imparable ejército napoleónico. Los nobles lo miraban condescendientes. Los
aristócratas civiles más viejos reconocían en el joven fuerzas ya perdidas. Y
todas las mujeres, sin excepción, fuera cual fuese su jerarquía, edad o posición
en la nobleza, quedaban cautivadas al escucharlo y mal disimulaban su excitación
mientras lo imaginaban potente y generoso en los juegos de alcoba. Todo esto
aumentó su prestigio. Los hombres lo envidiaban, más que por la condecoración y
el título, por la admiración que despertaba en el sexo femenino.
Para ello se valieron de un mensajero,
que de manera anónima y con los bolsillos hinchados de recompensa, llevó a cabo
la encomienda. Una vez que las mujeres se aseguraron el éxito del primer paso, se dedicaron a
entretejer la espera de los acontecimientos.
Un día, el general sorprendió a su esposa
y al joven Ulrico mientras estaban enredados en una erótica lucha, con más
sudor que en un campo de batalla. De pie, en el marco de la puerta, vestido con
su uniforme y con la inmovilidad del que está conteniendo la furia del deshonor
y la humillación, dejó que su silueta se
proyectara en las sábanas. Los amantes, cubiertos por la sombra, sintieron
frío.
La esposa vio al general que avanzaba
hacia ella con el sable en alto.
Ulrico reconoció en el rostro de la mujer
la perplejidad de una amenaza y de un salto alcanzó su sable.
El general también alcanzó a ver al joven
con el sable en alto. Y después no vio nada más. No podía ver. Ulrico le había
partido la cabeza de un sablazo.
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